Fecha de publicación: 5 de Junio de 2025 a las 09:07:00 hs
Medio: INFOBAE
Categoría: GENERAL
Descripción: El volcán, ubicado en la isla de Sicilia, emitió una columna de ceniza, roca y gas que se elevó más de 6 kilómetros en la atmósfera
Contenido: En la mañana del 2 de junio de 2025, una explosión repentina desde la cumbre del Monte Etna interrumpió la quietud de Sicilia. En cuestión de segundos, una columna de ceniza, roca y gas se elevó más de 6500 metros sobre el nivel del mar, duplicando en altura al volcán más grande de Europa.
Las imágenes del fenómeno, registradas desde el espacio por los satélites Sentinel-2 y Sentinel-5P del programa Copernicus de la Agencia Espacial Europea (ESA), no tardaron en recorrer el mundo.
Pero esta vez, más allá del impacto visual, la erupción abrió una nueva ventana al estudio del comportamiento geológico del Etna y de los procesos que alimentan su actividad constante.
Los datos capturados por el satélite no solo mostraron una gigantesca columna de humo y ceniza: también revelaron la presencia significativa de dióxido de azufre, un gas volcánico que, en concentraciones elevadas, puede generar una niebla ácida peligrosa para la salud humana.
Según los técnicos de la ESA, este compuesto emanaba de la columna principal mientras las fuentes de lava descendían por la ladera oriental del volcán, con un flujo secundario hacia el sur. La observación satelital también permitió registrar el desplazamiento del flujo piroclástico, una mezcla ardiente de gases, ceniza y fragmentos de roca que avanzó poco más de dos kilómetros antes de detenerse en el Valle de León, una depresión natural que actuó como barrera.
La erupción fue clasificada como de tamaño mediano por el Instituto Nacional de Geofísica y Vulcanología de Italia. Aunque el Etna es conocido por su actividad constante, no se registraba un evento de esta magnitud desde 2014. Esta fue la decimocuarta erupción desde marzo de 2025, tras una pausa de solo 19 días.
La mayoría de los especialistas coinciden en que fue desencadenada por un colapso estructural parcial del cráter sureste. Los informes oficiales señalaron que no hubo víctimas ni heridos, aunque los turistas presentes en las laderas del volcán tuvieron que huir mientras fragmentos incandescentes y nubes de polvo se esparcían sobre la región.
La ubicación geográfica del Etna sigue despertando interrogantes entre los científicos. A diferencia de la mayoría de los volcanes del planeta, que se encuentran sobre puntos calientes o directamente sobre zonas de subducción donde una placa tectónica se desliza bajo otra, el Etna está ligeramente desplazado de esa línea de colisión.
“Lo que observan en la geofísica es un enorme desgarro en la placa”, explicó Keith Putirka, petrólogo ígneo de la Universidad Estatal de California en Fresno.
“Eso genera una corriente de convección en el manto que impulsa el vulcanismo hacia el interior”. Este nuevo modelo ayuda a comprender cómo es posible que el Etna mantenga una actividad tan sostenida a pesar de encontrarse fuera del foco directo de subducción.
Los datos más recientes obtenidos por satélites de observación de la Tierra también contribuyen a ampliar el conocimiento sobre las emisiones del volcán. “Aunque el Etna no es un volcán enorme, emite cantidades ingentes de dióxido de carbono”, declaró Putirka.
La cantidad de gas liberado en cada erupción, sumada a la frecuencia del fenómeno, convierte al Etna en uno de los principales emisores naturales de CO₂ del planeta. “Si se produjeran varios Etnas más en el planeta, se podría agravar gravemente el cambio climático”.
El Etna es, además de activo, uno de los volcanes mejor monitoreados del mundo. Su valor científico le valió la designación de Patrimonio Mundial por la UNESCO. Los estudios geológicos más recientes se apoyan en la observación constante por parte de estaciones terrestres, sensores sísmicos, drones y, cada vez más, plataformas espaciales.
El satélite Copernicus Sentinel-5P, por ejemplo, cuenta con una cámara multiespectral de alta resolución equipada con 13 bandas espectrales. Esto le permite captar variaciones térmicas, índices de vegetación y composición atmosférica, lo que lo convierte en una herramienta valiosa para registrar episodios de vulcanismo en tiempo real.
Pero más allá de los instrumentos de alta precisión, los procesos internos que desencadenan las erupciones del Etna siguen planteando desafíos. Según Putirka, el ritmo al que asciende el magma puede determinar el tipo de evento que se produce.
Cuando el magma sube con rapidez, los gases quedan atrapados, generando explosiones al liberarse bruscamente. En cambio, si el ascenso es lento, el magma pierde sus burbujas antes de llegar a la superficie, y la erupción adopta un comportamiento más efusivo, dominado por el flujo de lava.
Otro factor clave es la viscosidad. En el caso del Etna, el magma que lo alimenta es de baja viscosidad, compuesto principalmente por basalto, lo que favorece las emisiones continuas y menos explosivas, aunque no por ello menos impactantes.
La estructura profunda del volcán y la historia geológica de la región también aportan datos reveladores. Aunque la erupción del 2 de junio fue uno de los eventos más visibles de los últimos años, los primeros flujos de lava registrados en el Etna datan de hace 500 000 años. Su primera erupción documentada por el ser humano ocurrió hacia el 1500 a. C., y desde entonces ha sido objeto de registros sistemáticos. Putirka señala que la montaña no ha crecido indefinidamente porque hubo periodos en los que su actividad se detuvo. “Debió haber períodos en los que el volcán se apagó, porque de lo contrario, habría sido mucho más alto”, observó el investigador.
El avance en la teledetección ha permitido que los científicos accedan a información inmediata y precisa durante eventos volcánicos, incluso en zonas de difícil acceso. La misión Copernicus, liderada por la ESA, continúa ampliando su red de satélites con tecnología adaptada a múltiples escenarios: desde tormentas y sequías hasta incendios forestales, actividad sísmica o erupciones como la del Etna. En este caso, la combinación de imágenes térmicas, espectrales y ópticas permitió no solo obtener una visión global del evento, sino también cuantificar los gases expulsados y modelar el comportamiento del flujo.
El evento de junio también ofreció a los vulcanólogos la posibilidad de revisar los sistemas de alerta y evacuación. A pesar de que las autoridades italianas habían restringido el acceso a la zona unas horas antes del estallido, hubo presencia de personas en la ladera durante el inicio de la erupción. Esto reavivó el debate sobre los tiempos de respuesta y la eficacia de las predicciones, aunque se destaca que no se produjeron heridos. En estos episodios, cada minuto cuenta: el flujo piroclástico descendió más de dos kilómetros en menos de un minuto.
La explicación última del fenómeno se encuentra, como siempre, en la dinámica profunda del planeta. El Etna se ubica en una región compleja donde la placa africana desciende bajo la euroasiática. La subducción de la corteza terrestre en esa zona genera magma que asciende y alimenta el volcán. Sin embargo, lo que vuelve al Etna especial es que no está ubicado directamente sobre el límite de placas, sino ligeramente desplazado. Gracias a estudios geofísicos recientes, se identificó un desgarro en la placa africana bajo Sicilia. Esa fractura permitiría que la roca sobrecalentada ascienda más allá de los bordes tradicionales, alimentando un sistema volcánico activo tierra adentro.
Los datos satelitales también han revalorizado el rol del Etna como fuente de información para otros volcanes del mundo. Su relativa accesibilidad, frecuencia eruptiva y diversidad de comportamientos lo convierten en un caso de estudio inigualable. Lo que ocurre en sus cráteres ayuda a entender procesos globales que afectan a miles de personas en zonas sísmicas. Al mismo tiempo, ofrece indicios sobre cómo las emisiones volcánicas podrían modificar el equilibrio atmosférico si se repitieran en otras regiones del planeta.
La erupción del 2 de junio fue un recordatorio de que, incluso en un volcán monitoreado y estudiado como el Etna, persisten zonas oscuras del conocimiento geológico. La ciencia ha logrado grandes avances para observar, medir y modelar sus manifestaciones, pero el impulso que mueve la montaña aún escapa, en parte, a nuestra comprensión. La contribución de los satélites como Sentinel-5P y Sentinel-2 es clave para reducir esa incertidumbre.
Desde cientos de kilómetros de altura, los sensores captan lo que escapa a la vista humana: columnas de gas, desplazamientos térmicos, alteraciones estructurales. Y aunque el Etna vuelva a dormirse unos días, en las entrañas del planeta, la actividad continúa.
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