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Fecha de publicación: 4 de Junio de 2025 a las 05:55:00 hs

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Medio: TN

Categoría: POLITICA

El día que se rompió la Argentina: la historia nunca antes contada del Rodrigazo

Portada

Descripción: El 4 de junio de 1975 Celestino Rodrigo anunció un paquete de medidas de shock que provocaron una megadevaluación y el pánico en la población.

Contenido: El nombre podía haber sido el de un galán de esas telenovelas que en los años 70 monopolizaban las tardes de la TV, esas que solo estaban dirigidas al público femenino. Era resonante y hasta un poco inverosímil, perfecto para un personaje de Alberto Migré. Celestino Rodrigo. Sin embargo, terminó siendo el de un villano: el autor de uno de los ajustes más brutales de la historia contemporánea, tanto que al poco tiempo ese paquete de medidas fue bautizado con su nombre: El Rodrigazo. Y así quedaría inmortalizado.

Celestino Rodrigo fue nombrado Ministro de Economía el 2 de junio de 1975. Era el tercero en pocos meses que tenía Isabel Perón (después de la renuncia de José Bel Glebard había estado a cargo de la cartera Gómez Morales).

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Al día siguiente del nombramiento, la foto salió en todos los diarios, y motivó una larga nota en la revista Gente. En los vagones de madera de la Línea A, desde la estación Acoyte en Caballito hasta Plaza de Mayo. El futuro Ministro de Economía viajaba hacia su jura en subte. Que la escena quedara registrada no debe haber sido una casualidad. Debe haberse tratado del primer acto de comunicación de la nueva gestión económica. La imagen de alguien cercano al pueblo, pese al gesto severo y el traje, el aviso de un tiempo austero. De todas maneras, al terminar la jornada, Celestino Rodrigo no bajó al subsuelo del Ministerio de Economía para recorrer los pasillos que lo depositaban en el andén del subte para regresar a su casa. A partir de ese momento, ya sin fotógrafos, utilizó chófer y auto oficial. Unas pocas horas después ya no pudo volver a utilizar transporte público ni a caminar tranquilo por la calle.

Celestino Rodrigo tenía 60 años, era ingeniero industrial y llegaba como hombre de López Rega, que antes la había designado Secretario de Seguridad Social, aunque él haya reconocido que no sabía nada del tema. También fue puesto a cargo del proyecto de negocios con Libia, aprovechando que Gadafi se había fortalecido con el alza del precio del petróleo.

Ese primer día en funciones no anunció ninguna medida concreta. Se limitó a señalar a sus enemigos: el terrorismo y los especuladores. Clamó para que los ciudadanos se volcaran al ahorro. Y dejó una definición sobre sí mismo que pensó sería un escudo suficiente para lo que vendría. “Soy peronista de la primera hora”, dijo.

En su mensaje inaugural avisó lo que se venía, aunque nadie quiso escucharlo: “Las medidas que vamos a implementar serán necesariamente severas. Y durante un corto tiempo provocarán desconcierto y reacciones. Pero el mal tiene remedio”. Como todo político, Rodrigo mentía y decía la verdad al mismo tiempo. Las medias fueron severísimas, su efecto se prolongó durante mucho tiempo y en vez de curar el mal, empeoró la situación de manera drástica, casi irreversible.

En su segunda jornada de trabajo mientras terminaban de definir el paquete de medidas y la manera de comunicarlo, algunos de los funcionarios recién llegados al equipo económico no podían creer la magnitud de lo que se venía, al principio creyeron que se trataba de un error, que habían entendido mal. En un descanso, Rodrigo se cruzó en uno de los pasillos a un periodista acreditado. Sin darle mayores precisiones, vaticinó: “Mañana me matan o mañana empezamos a hacer las cosas bien”.

Spoiler: no sucedieron ninguna de las dos cosas.

Medio siglo atrás, el 4 de junio de 1975, en una concurrida conferencia de prensa (se había corrido el rumor en las últimas horas que lo que se venía era algo nunca visto), Celestino Rodrigo anunció su plan:

Fue un shock. Nadie imaginaba la magnitud de las medidas.

Para que la gente, los empresarios y el mercado se acostumbraran al nuevo panorama, se decretó feriado cambiario por 5 días: los bancos recién abrirían el 9 de junio.

Hubo quejas, zozobra, remarcaciones galopantes y desabastecimiento.

Lorenzo Miguel se apresuró a conseguir unas paritarias generosas de 145%, pero el gobierno no las homologó. Así sucedió con cada uno de los gremios fuertes. Eso desencadenó algo inédito, algo que muchos creyeron que nunca verían: el primer paro general de la CGT contra un gobierno peronista. Ante la falta de respuestas, y con los diarios rebosantes de solicitadas enojadas firmadas por los más diversos sindicalistas, un par de semanas después, hubo un segundo paro de 48 horas.

En los primeros días, primó la desesperación. El sueldo había pasado en cuestión de horas a valer la mitad. El poder adquisitivo se había licuado. Con el tiempo hubo varios trabajadores que obtuvieron un beneficio impensado. Las cuotas del crédito con el que estaban pagando su propiedad se habían casi evaporado. Tanto era así que son muchos los que recuerdan que la última docena de cuotas las hicieron en un solo pago, en parte por la vergüenza de abonar tan poco y en parte porque el transporte hasta llegar a la oficina en la que habían pagado cada mes era (bastante) más caro que la cuota.

Un recuerdo familiar: mi hermano estaba en segundo grado. El día posterior a los anuncios de Rodrigo, en el patio del colegio, en medio del partido de fútbol que se jugaba en cada recreo, un compañero lo detuvo y le preguntó si en su (nuestra) familia ahorraban en dólares. Mi hermano no supo qué responder, todavía convencido de que los únicos activos posibles eran las figuritas de los jugadores de Racing y la colección de muñequitos Jack. El compañero ante la duda de Diego le dijo: “Si no tienen dólares van a ser pobres muy pronto”. Apenas llegó a casa, mi hermano le preguntó a mi papá si teníamos dólares. Mi papá no dudó en mentirle y tranquilizarlo: “Por supuesto”, respondió y siguieron abriendo paquetes de figuritas juntos.

¿Cómo se había llegado hasta ahí? El plan de José Ber Gelbard -ministro de Economía de tres presidentes consecutivos distintos- del Pacto Social y de Inflación Cero había fracasado. Los precios y los salarios congelados, problemas productivos, déficit fiscal creciente, recesión, caída de reservas y emisión monetaria eran los ingredientes del cóctel explosivo. A eso había que sumarle la crisis del petróleo de 1973, la muerte de Perón, la inestabilidad y la incapacidad de Isabel Perón, la presencia ominosa de López Rega y la violencia desatada (los Montoneros en la clandestinidad, el ERP atacando, la Triple A cazando gente) en el país. A Gelbard lo siguió López Morales que quiso reflotar el plan trienal que aplicó -sin demasiado suceso- en los 50. Después desembarcó Celestino Rodrigo.

El Rodrigazo, más allá de sus historias particulares y de la coyuntura, marcó un cambio de paradigma. Los efectos fueron duraderos. Muy duraderos. Por un lado la inflación llegó para quedarse. A partir de 1975 la inflación anual de Argentina hasta 1992 fue, al menos, superior al 100% (muchos años superó esa cifra con creces); la única excepción fue 1986, no por el título de Diego en México, sino por los efectos fugaces del Plan Austral. Por el otro, El Rodrigazo es el momento en que comienza la incertidumbre, la falta de confianza, la idea del dólar como único refugio posible; a partir del Rodrigazo los argentinos se convencieron, entendieron, que las reglas de juego pueden cambiar en cualquier momento. En un artículo publicado hace unas semanas en el diario La Nación, Alejandro Poli Gonzalvo sostiene que el Rodrigazo marcó el fin del contrato social argentino, aunque pese al brutal cambio de condiciones nadie osó violar los contratos, todavía “la noción de que los contratos estaban para cumplirse y había que apechugar” se mantenía incólume.

“El Rodrigazo no fue un ajuste más sino el momento bisagra entre dos tipos de país”, afirman Nestor Restivo y Raúl Dellatorre en su libro El Rodrigazo. El lado oscuro del ajuste que cambió la Argentina.

En esos días entre titulares que hablaban de aumentos, deudas, movilizaciones, paros, paritarias frustradas y demás nadie hablaba todavía de Rodrigazo. El término, se supone, lo acuñó el diputado tucumano Juan Carlos Cárdenas del partido Vanguardia Federal que en medio de un discurso enérgico calificó el paquete de medidas del ministro de economía como “Rodrigazo”.

El 30 de junio en medio de insistentes pedidos de interpelación del Congreso, Celestino Rodrigo habló al país por última vez. Trató de justificar las medidas que había tomado 26 días antes:”El plan no es solo un intento de salvar la emergencia: es la única salida posible para una instancia dramática de riesgo creciente. Dramática, debido a la ausencia de reservas, a la especulación desenfrenada, a las pautas de consumo sin límite, a una inflación acelerada y desordenada y a un déficit fiscal astronómico…”

Rodrigo debió renunciar a los 49 días, aunque todas las fuentes coinciden en que su suerte estuvo sellada varios días antes; había vaciado su despacho y se había despedido de su gente pero oficialmente seguía a cargo porque al gobierno le costaba encontrar a su sucesor. López Rega, en simultáneo, escapó del país. Mientras tanto el gobierno homologaba paritarias muy superiores a las autorizadas por el Ministerio. En medio del descontrol asumió Pedro José Bonanni que también había sido ministro de Perón en el 55. Bonanni en una de sus alocuciones iniciales fijó 11 objetivos de su gestión. Pero se apresuró a aclarar que no tenía idea cómo lograrlos en ese contexto, así que convocó a quienes le podían dar una mano o aportar ideas. Bonanni solo duró 20 días al frente del Ministerio.

Durante la Dictadura, Rodrigo estuvo preso durante cuatro años, de 1977 a 1981. Fue acusado de incumplimiento de deberes de funcionario público y de malversación de fondos en la causa de la Cruzada de la Solidaridad Justicialista.

Celestino Rodrigo murió a finales de 1987. Tenía 72 años. Cada tanto daba entrevistas y trataba de defender las medidas de shock y sus 49 días al frente del Ministerio de Economía. Intentaba convencer a la población de que su actuación no había sido equivocada. Nunca lo logró.

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