Fecha de publicación: 3 de Junio de 2025 a las 23:48:00 hs
Medio: INFOBAE
Categoría: GENERAL
Descripción: Bajo bombardeos y ataques constantes, miles de soldados aliados lograron escapar por mar del cerco nazi en la ciudad francesa de Dunkerque. Más de 800 barcos participaron de una operación desesperada que parecía destinada al fracaso y terminó siendo clave para cambiar el curso de la Segunda Guerra M
Contenido: Durante nueve días, el mar habló en susurros de motores, disparos y oraciones. Nueve días en los que el Canal de la Mancha fue una cinta angosta entre la vida y la muerte. El 4 de junio de 1940, al amanecer, cesó la evacuación de Dunkerque. Para entonces, 338.226 soldados británicos, franceses y belgas habían sido rescatados de la playa por una flota imposible: destructores de la Royal Navy, pero también barcos pesqueros, embarcaciones turísticas, lanchas privadas, veleros, botes de río. Fue la mayor operación de evacuación militar de la historia, y la primera gran grieta en el discurso de la inevitable victoria nazi.
Dunkerque no fue una batalla ganada. Fue una retirada. Pero se convirtió en un símbolo. Para los británicos, fue el milagro de Dunkerque. Para los alemanes, una omisión inexplicable. Para los soldados que dejaron atrás sus botas en la arena para correr hacia el agua, fue el momento exacto en el que entendieron que algo mayor que ellos se había desatado en Europa.
Dunkerque —Dunkirk, en inglés— es una ciudad portuaria en el extremo norte de Francia, en la región de Flandes, muy cerca de la frontera con Bélgica. Antes de la guerra, era conocida sobre todo por su actividad pesquera y su astillero. Pero en mayo de 1940, su nombre cambió para siempre. Fue allí, en esa franja angosta de costa, donde cientos de miles de soldados aliados quedaron atrapados entre el avance nazi y el mar.
El puerto era el único punto todavía libre para una evacuación. Todos los caminos, todas las columnas de soldados, todas las decisiones desesperadas, terminaban allí. La operación, bautizada como “Dynamo”, fue llamada popularmente “la evacuación de Dunkerque” porque ese era el escenario visible, la última puerta abierta hacia la esperanza. Con el tiempo, “Dunkerque” dejó de ser sólo un lugar: se convirtió en sinónimo de resistencia, de solidaridad, de milagro en medio del desastre.
En la primavera de 1940, la Segunda Guerra Mundial se volvió vertiginosa. Alemania, que durante meses había permanecido relativamente inmóvil tras la invasión de Polonia, desató su fuerza sobre Occidente. En apenas seis semanas, invadió Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo y Francia, con una velocidad que dejó sin reacción a los mandos aliados. Fue la primera demostración brutal de la Blitzkrieg –la guerra relámpago–: ataques coordinados de blindados, infantería motorizada y aviación que desorganizaban a los ejércitos enemigos antes de que pudieran establecer líneas de defensa.
El 10 de mayo, los tanques alemanes atravesaron el bosque de las Ardenas, un terreno que los estrategas franceses consideraban imposible de cruzar. Diez días más tarde, ya estaban en el Canal de la Mancha. La Wehrmacht había logrado su objetivo: cortar el avance aliado y aislar a más de 400.000 soldados entre la costa y los nazis.
El puerto de Dunkerque era la única vía de escape, pero estaba bajo constante bombardeo. Se lo conocía como el matadero. Allí se dirigieron los batallones británicos, franceses y belgas, formando un perímetro defensivo desesperado. Desde el cielo, la Luftwaffe sembraba fuego y pánico. Desde el suelo, los tanques del general Heinz Guderian, avanzaban sin pausa. Fue entonces, en uno de los giros más enigmáticos de la guerra, que Adolf Hitler dio la orden de detener la ofensiva terrestre.
El 24 de mayo, Hitler ordenó frenar a los blindados. Durante tres días, los tanques alemanes quedaron detenidos a kilómetros de Dunkerque. Nadie supo explicar del todo por qué. Algunos historiadores creen que Hermann Göring, jefe de la Luftwaffe, convenció al Führer de que sus aviones podrían destruir a los aliados sin necesidad de arriesgar tanques. Otros apuntan a que Hitler temía una trampa aliada. También hay quienes sostienen que todavía pensaba que podía negociar una paz con Gran Bretaña.
Sea como fuere, esa pausa fue el resquicio que necesitaban los aliados para organizar la evacuación. Churchill, que había asumido el 10 de mayo como primer ministro tras la renuncia de Neville Chamberlain, tomó una decisión urgente: sacar a sus tropas del continente a cualquier precio.
La orden llegó al vicealmirante Bertram Ramsay, desde su base subterránea en el castillo de Dover. La operación fue bautizada “Dynamo” porque el centro de mando estaba junto a un generador eléctrico. Ramsay estimó que podrían rescatar, con suerte, a 45.000 hombres. El primer día lograron salvar apenas 7.669.
Pero algo inesperado ocurrió. El milagro tal vez: las aguas se calmaron. La niebla cubrió el canal durante varias mañanas, dificultando los ataques aéreos alemanes. Y lo más sorprendente: comenzaron a llegar barcos civiles.
El gobierno británico lanzó un llamado desesperado: necesitaban embarcaciones que pudieran acercarse a la costa baja y fangosa de Dunkerque. No importaba si eran lanchas de recreo, botes de pesca, ferris fluviales o yates privados. Más de 700 pequeñas embarcaciones civiles zarparon desde puertos del sur de Inglaterra. Algunas fueron requisadas por la marina. Otras fueron pilotadas por sus propios dueños, civiles sin entrenamiento militar que arriesgaron su vida para salvar a los soldados.
Hubo héroes anónimos y conocidos. Charles Lightoller, el oficial de mayor rango sobreviviente del Titanic, tomó su yate personal, el Sundowner, y rescató a 130 soldados en un solo viaje, aunque la embarcación estaba diseñada para 21 personas. El Medway Queen, un barco de ruedas que antes servía como ferry turístico, salvó a más de 7.000 hombres en siete viajes. El Tamzine, una barca artesanal de cinco metros, rescató a un puñado de soldados. Era tan pequeña que un hombre podía cargarla en tierra. Hoy está expuesta en el Imperial War Museum.
A bordo, muchos civiles cargaban termos de té, cigarrillos, frazadas. Les ofrecían a los soldados un rescate físico y un refugio emocional. En medio del fuego enemigo, les hablaban, los tocaban, les recordaban que no estaban solos.
En tierra, las escenas eran de un apocalipsis contenido. Miles de soldados formaban filas que se adentraban en el mar, con el agua a la cintura, esperando su turno. Cada vez que una lancha llegaba, los hombres se pasaban de hombro en hombro los heridos. Algunos perdían el conocimiento y se hundían. Otros eran alcanzados por los bombardeos antes de subir. “Estábamos formados como maniquíes en una vitrina esperando que nos dispararan”, escribió años después el soldado británico Kenneth Smythe. El humo de los incendios en el puerto formaba una nube que cubría la costa. El agua estaba contaminada con combustible, restos de barcos y cadáveres. Y sin embargo, nadie rompía filas.
Los aviones británicos de la RAF intentaban cubrir la retirada. Aunque eran superados en número por la Luftwaffe, lograron disminuir de forma importante los ataques. Aun así, más de 200 barcos fueron destruidos. Más de 100.000 soldados quedaron heridos o atrapados. A veces, cuando los pilotos aliados derribaban un caza alemán, desde la playa estallaba un aplauso.
Pocas veces se ha contado el rol decisivo del ejército francés en Dunkerque. Mientras los británicos eran evacuados, 40.000 soldados franceses mantuvieron la línea defensiva en la ciudad. Resistieron los embates finales de las divisiones alemanas hasta el último día, el 4 de junio. Muchos no fueron evacuados. Fueron capturados, fusilados o enviados a campos de prisioneros. El general Maxime Weygand criticó duramente la retirada británica. Y aunque en Francia la operación fue vista como un abandono, con el tiempo se reconoció que sin la resistencia francesa, la evacuación jamás habría llegado a completarse.
El 4 de junio, cuando la evacuación ya había terminado, Winston Churchill se presentó en la Cámara de los Comunes. Lo esperaban para anunciar una victoria. No la hubo. Pero su discurso se convirtió en uno de los pilares morales de la resistencia británica. “No debemos engañarnos. Las guerras no se ganan con evacuaciones. Pero lo que ha ocurrido en Dunkerque es un milagro de valor, improvisación y solidaridad. Lucharemos en las playas, lucharemos en los campos, lucharemos en las calles, lucharemos en las colinas. Nunca nos rendiremos”, dijo.
La operación Dynamo salvó a la columna vertebral del ejército británico. Sin esa evacuación, el Reino Unido habría perdido su capacidad de defensa. Dunkerque no fue una victoria, pero sí una salvación. Y, como diría el historiador John Keegan, “una nación salvada puede aún volver y pelear”.
En los meses siguientes, Francia cayó. Hitler desfiló por París. La Europa continental quedó bajo dominio nazi. Pero gracias a Dunkerque, Gran Bretaña resistió. Desde sus bases aéreas, enfrentó y ganó la Batalla de Inglaterra. Y luego, cuatro años más tarde, desembarcó en Normandía para liberar al continente.
En 2017, Christopher Nolan dirigió la película Dunkerque, filmada en el mismo lugar, con barcos reales, sin efectos digitales. La decisión no fue casual: Dunkerque no fue una historia de tecnología ni de superhombres, sino de humanidad empujada al límite. Nolan entendió que era una historia sobre cuerpos exhaustos y decisiones desesperadas.
Hoy, las playas de Dunkerque son tranquilas. Los niños juegan donde miles de soldados esperaban en silencio. El viento sigue soplando desde el canal, pero ya no huele a petróleo. Algunos turistas recogen arena en frascos, otros buscan restos oxidados de metal entre las dunas.
Cada 4 de junio, una campana suena en Dover. Es la misma que marcaba el regreso de los botes durante la evacuación. Hay una placa, discreta, que recuerda las palabras de Churchill: “Nunca tantos debieron tanto a tan pocos”.
Y a veces, cuando la bruma baja, algún anciano cierra los ojos y vuelve a verlos: la fila interminable en el agua, la lancha que llega, el soldado que trepa, la mano que se extiende. Y el milagro, otra vez, ocurre.
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