Fecha de publicación: 2 de Noviembre de 2025 a las 00:00:00 hs
Medio: INFOBAE
Categoría: GENERAL
Descripción: La autora de ‘Mente calma’ conversa con ‘Infobae España’ sobre rumiaciones mentales, sus efectos en la salud física y mental y algunas técnicas para aliviarlas
Contenido: Cada día, el ser humano tiene alrededor de 60.000 pensamientos funcionales y disfuncionales; un diálogo interno que nunca cesa. Debido a que estamos predispuestos a detectar errores y peligros, el 80% de ellos son negativos.
Lo que comienza como un simple mensaje mental puede convertirse en un bucle de pensamiento si este adquiere un gran peso: damos vueltas y vueltas al mismo tema, entendiendo que de esta manera se conseguirá la calma al encontrar una solución al problema; sin embargo, esta nunca llega porque el recorrido se realiza en círculos.
Estas rumiaciones mentales ocurren cuando se sobrepiensa demasiado un mismo asunto: un recuerdo del pasado que avergüenza, una preocupación del futuro que inquieta, un escenario catastrófico que se ha imaginado o cualquier otro aspecto que genera un cierto estrés o ansiedad.
La doctora Vanessa Benjumea, médica neuróloga y epileptóloga, destaca que el problema no reside tanto en si rumiamos o no, ya que esto es algo que en algún momento de la vida le ocurre a todo el mundo, sino en el tiempo que le dedicamos al bucle y la manera en la que se afronta: “No se trata de silenciar [la rumiación] del todo (algo casi imposible), sino de aprender a escucharla sin identificarse por completo con ella y generar pensamientos sin ahogarte en ellos”, explica en su recién publicado libro Mente calma. Primeros auxilios para aliviar los bucles del pensamiento (Vergara, 2025).
La autora, que también crea contenido en sus redes sociales (@journaldevane), habla con Infobae España sobre los factores que pueden empeorar las rumiaciones mentales, los efectos que estos procesos tienen en la salud física y mental o los motivos por los que la positividad y el mindfulness son pilares fundamentales de las técnicas que aporta en su libro para aliviar los bucles del pensamiento.
-Pregunta: ¿Cuál es la clave para diferenciar lo que sería un proceso saludable de búsqueda de respuestas (un sobrepensar lógico) de una rumiación mental perjudicial (un sobrepensar repetitivo)?
-Respuesta: El pensamiento es una herramienta maravillosa del cerebro: nos permite planear, anticipar, resolver e imaginar. Sobrepensar no siempre es negativo; de hecho, puede ser funcional cuando nos ayuda a encontrar una solución y, una vez resuelto el problema, el eco mental disminuye y la mente se aquieta.
El punto crítico está cuando ese ciclo no se cierra. Si tu mente sigue repitiendo los mismos pensamientos sin llegar a una resolución, girando una y otra vez sobre lo mismo, aparece la rumiación del pensamiento. Es como si el cerebro quedara “atascado” en modo análisis, pero sin avance. Allí el pensamiento deja de ser una herramienta y se convierte en una trampa que agota tu energía y aumenta el malestar emocional.
La clave entonces está en observar cómo termina el proceso: si pensar te lleva a la claridad y luego la mente se calma, es un pensamiento funcional; si pensar te deja en el mismo lugar, con más cansancio o angustia, probablemente estás rumiando.
-P: Pese a que darle vueltas a un mismo asunto haya existido siempre, aunque no con el nombre de “sobrepensar”, “rumiación mental” o “bucle de pensamiento”, ¿tendemos en la actualidad a hacerlo más que antes?
-R: Aunque darle vueltas a un mismo asunto ha sido parte de la naturaleza humana desde siempre, hoy sabemos —gracias a estudios científicos— que la rumiación mental es extremadamente frecuente: hasta un 80% de las personas la ha experimentado en algún momento de su vida. No podemos medir con exactitud cuánto ocurría en otras épocas, pero todo apunta a que ahora es más habitual.
Vivimos en un entorno que estimula el ruido mental: hiperconectados pero más solos, con un flujo constante de información sin filtro alguno. La sociedad actual valora la productividad por encima de la pausa, el rendimiento por encima del descanso, y la comparación constante —potenciada por las redes sociales— alimenta un sesgo de negatividad que nos hace ver la vida con más sombras que luces.
En este contexto, el cerebro se mantiene en alerta continua, intentando procesar un exceso de estímulos. El resultado es una mente que no se detiene, que busca respuestas sin encontrarlas y que termina atrapada en sus propios bucles de pensamiento.
-P: En el libro Mente calma, explicas que uno de los factores que pueden influir en la frecuencia con la que se sobrepiensa es la exposición a redes sociales. ¿En qué sentido se produce esto?
-R: Las redes sociales han cambiado la forma en que nuestra mente procesa la realidad. Nos exponen a un flujo constante de información que permea tanto el plano consciente como el inconsciente, saturando nuestros circuitos cerebrales incluyendo los de la atención y la regulación de las emociones.
Uno de los efectos más potentes es el aumento de la comparación. Terminamos midiéndonos frente a una versión maquillada e irreal del otro, creyendo que lo que vemos es una medida válida de éxito o felicidad. Esa comparación constante nos desconecta de nuestra propia definición de bienestar y nos acerca a una definición ajena, impuesta y, muchas veces, superficial.
Con el tiempo, este hábito no solo distorsiona la percepción, sino que alimenta la rumiación: el cerebro se queda dándole vueltas a lo que “no tengo”, “no soy” o “me falta”, en lugar de habitar el presente y reconocer los logros reales. Las redes, mal gestionadas, pueden convertirse así en una de las mayores fuentes modernas de ruido mental y autocrítica.
-P: Me parece interesante que uno de los pensamientos recurrentes de la rumiación sea la repetición mental sobre lo que se dijo tras una interacción social, buscando errores o posibles juicios. ¿Qué es lo que tanto preocupa a estas personas como para necesitar intentar “calmar” su mente a través de este bucle de pensamiento?
-R: Efectivamente, una de las fuentes más grandes de rumiación del pensamiento es la interacción social. La mente repite una y otra vez lo que se dijo, buscando errores o posibles juicios. Detrás de esa repetición, hay un miedo profundo al juicio externo y un sesgo natural del cerebro hacia lo que faltó, lo que se dijo “mal” o lo que pudo salir mejor.
El cerebro humano, por diseño evolutivo, presta más atención a las amenazas que a los aciertos. Y en el contexto social, la amenaza más grande suele ser la desaprobación del otro. Este sesgo de negatividad, unido a un exceso de autocrítica o de necesidad de aceptación, puede llevar a que la mente intente “ordenar el caos” revisando la escena una y otra vez, como si pudiera controlarla retroactivamente.
En el fondo, la rumiación social revela una búsqueda de seguridad y validación. Las personas más propensas suelen tener rasgos de alta exigencia, perfeccionismo o sensibilidad interpersonal: cerebros que leen con mucha intensidad los matices emocionales del entorno. Pero la paradoja es que cuanto más se intenta calmar la mente desde el pensamiento, más se alimenta el bucle. La calma real llega cuando aprendemos a soltar la necesidad de control y a tolerar la imperfección.
-P: En el libro hablas de múltiples efectos que la rumiación puede tener a nivel físico y mental, ¿cuáles serían los principales o más peligrosos para ti?
-R: Nuestro cuerpo es una red profundamente interconectada, donde la mente y el cerebro no son entidades separadas, sino parte de un mismo sistema. Cuando la mente se enferma, el cuerpo también puede hacerlo, y viceversa.
La rumiación, al mantener activados los sistemas de estrés corporal de forma sostenida, produce una cascada de efectos fisiológicos. El eje hipotálamo-hipófisis-adrenal se mantiene en alerta, liberando cortisol y adrenalina de manera crónica. Y, con el tiempo, este estado de hiperactivación puede alterar funciones esenciales más allá de la regulación anímica, como el sueño (por ejemplo levantándote a las 3 de la madrugada a pensar en un problema), la digestión (con episodios de diarrea o estreñimiento), el sistema inmunológico (alterando tus defensas) e incluso la regulación cardiovascular (aumenta el riesgo de hipertensión arterial y afectando la variabilidad de tu frecuencia cardíaca, un marcador de tu salud del sistema nervioso autónomo).
Por eso, cuidar los pensamientos no es solo una cuestión mental, sino también un acto de salud física. Aprender a calmar la mente es, literalmente, una forma de proteger el cuerpo y en particular órganos clave como el corazón.
-P: Explicas también que las mujeres tienden a rumiar más por cambios hormonales. ¿Cuán importante es el estudio de género dentro de la psicología?
-R: El estudio del género dentro de la psicología y las neurociencias es fundamental. Nuestros cerebros no son estáticos ni homogéneos: como mujeres, atravesamos fluctuaciones hormonales que modulan de manera directa nuestros circuitos emocionales, atencionales y de regulación del estrés.
Hoy sabemos que las hormonas sexuales no solo intervienen en la reproducción, sino también en cómo pensamos, sentimos y procesamos el mundo. La primera menstruación, la fase premenstrual, los embarazos, el posparto y la menopausia marcan etapas donde el cerebro femenino experimenta cambios estructurales y funcionales reales, que pueden influir en la tendencia a rumiar o en la vulnerabilidad emocional.
Entender que no todos los cerebros son iguales y que deben analizarse por subgrupos —no solo por presencia o ausencia de enfermedad, sino también por los cambios naturales de la fisiología— permite una mirada más compasiva y precisa alrededor de las luces y sombras de la mente.
-P: Muchas personas buscan estar ocupados constantemente para impedir que su mente llegue a la rumiación. ¿Esta es una técnica saludable o una manera de agravar el problema?
-R: Desde las neurociencias sabemos que intentar suprimir los pensamientos o “apagar la mente” suele tener el efecto contrario para la mayoría de las personas: el cerebro termina pensando más en aquello que queremos evitar.
Este fenómeno, conocido como “rebote del pensamiento”, hace que las ideas se arraiguen con más fuerza. Es como si, al intentar empujar un pensamiento hacia afuera, el cerebro lo marcara como algo importante que necesita atender.
Por eso, las técnicas que enseño no buscan eliminar el pensamiento, sino redirigirlo: llevar la atención hacia la calma, hacia el cuerpo y hacia el presente. Cuando aprendemos a observar el pensamiento sin pelear con él, el cerebro deja de interpretarlo como una amenaza y el ruido mental se disuelve.
-P: Muchas de las herramientas que aportas tienen un trasfondo en el mindfulness. ¿Por qué es tan importante?
-R: En Mente calma, la base de las herramientas que propongo está en el mindfulness y en la reconexión con los órganos de los sentidos. Ambas estrategias son la vía más directa para redirigir la corriente del pensamiento del atasco a la solución, del pasado o futuro al presente, del caos a la calma.
El mindfulness no es simplemente “estar tranquilo”, sino entrenar al cerebro para observar sin reaccionar. Su práctica regular modifica estructuras cerebrales esenciales: fortalece la corteza prefrontal (que fomenta la atención, te ayuda a tomar decisiones y es el gran sabio capaz de regular nuestros propios incendios emocionales), reduce la hiperactividad de la amígdala cerebral (el centro del miedo, el pánico y la alarma emocional) y equilibra redes neuronales claves como la red neuronal por defecto (relacionada con la rumiación, el diálogo interno y tu línea autobiográfica, es decir tu “yo” del pasado, presente y futuro).
En otras palabras, el mindfulness enseña al cerebro a encontrar estabilidad incluso en medio de la tormenta. No elimina las adversidades, pero sí cambia la manera en que la mente las interpreta y reacciona ante ellas.
-P: Incides mucho en la importancia de la positividad. A algunas personas esto puede parecerle una palabra vacía, pero ¿cómo puede influir en nuestro estado anímico la manera en la que nos hablamos a nosotros mismos?
-R: Hablar de positividad no es hablar de autoengaño ni de negar las dificultades. Desde la neurociencia, es reconocer que el cerebro tiene un sesgo natural hacia lo negativo: estamos biológicamente diseñados para detectar errores, peligros y carencias, no para enfocarnos en lo que sí funciona.
Vencer ese sesgo implica un entrenamiento consciente. Buscar activamente lo que está bien en nuestra vida, lo que sí avanza o lo que agradecemos, se convierte en una estrategia poderosa para brindarle alivio a la mente. A través de la neuroplasticidad, cada pensamiento repetido fortalece conexiones neuronales. Si me quejo todos los días, mi cerebro aprende a quejarse y convierte la queja en su estrategia cotidiana. Pero, si agradezco todos los días, mi cerebro aprende a encontrar lo valioso incluso en medio de la incertidumbre.
La forma en que nos hablamos a nosotros mismos moldea literalmente nuestro cerebro. No se trata de pensar en positivo por obligación, sino de crear un entorno mental que favorezca la calma, la resiliencia, el bienestar y module ese sesgo de negatividad.
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