Fecha de publicación: 27 de Octubre de 2025 a las 09:07:00 hs
Medio: TN
Categoría: GENERAL
Descripción: OPINIÓN. Columnista invitada (*) | Los “nadie” no son una identidad social fija sino un estado de ánimo político. No votan “contra algo” eternamente; votan “por algo” que perciben más nítido que las alternativas. Para el oficialismo, el riesgo es confundir el envión con licencia para “ir por todo”.
Contenido: Cuando escribí “La rebelión de los nadie” en noviembre de 2023, el país acababa de elegir a un outsider con una promesa quirúrgica —“sin anestesia”— que conectó emocionalmente con los sectores más castigados por la crisis. Identifiqué entonces a esos “nadie” como quienes no habían sido alcanzados de manera suficiente por la red de ayudas estatales y que, cansados de la inercia, apostaron por la alteración del statu quo. Aquella hipótesis se apoyaba en un corrimiento socioterritorial (interior vs. centro) y en una expectativa de reformas profundas pese al costo social, como las que evocaban los ’90. Ese marco sigue vigente: la coalición que encarnó esa ruptura acaba de ganar las legislativas de medio término.
Leé también: De las cinco medidas del éxito, el oficialismo consiguió todas
Los datos preliminares del escrutinio provisorio muestran a La Libertad Avanza (LLA) por encima del 40% de los votos a nivel nacional y una victoria en 16 de los 24 distritos que eligieron diputados, con desempeño especialmente alto en provincias del interior y una disputa cerrada en Buenos Aires. En términos parlamentarios, distintas estimaciones convergen en que el oficialismo (en alianza con el PRO) se constituye en primera minoría en Diputados, roza o supera el tercio de la Cámara y queda en paridad estratégica en el Senado: un umbral que permite sostener vetos y condicionar la agenda.
Nos dicen que el oficialismo creció en territorios donde ya tenía alta afinidad y también resistió en distritos competitivos: Entre Ríos y Mendoza exhibieron registros por encima del 50%, Santa Fe y Córdoba arriba del 40%, y la provincia de Buenos Aires quedó pareja dentro de márgenes estrechos. La lectura fina por sección electoral en provincia de Buenos Aires muestra que el conurbano sigue siendo un desafío para LLA y un ancla para el peronismo; sin embargo, la distancia se acorta cuando la campaña activa temas de probidad y orden. Eso devuelve centralidad a la disputa por el “voto blando” urbano y al contraste de liderazgos locales.
Del lado opositor, el peronismo paga el costo de su desorden y la indefinición de un centro de gravedad. La marca “Fuerza Patria” retuvo nichos importantes y dio pelea en Buenos Aires, pero quedó larga en la sumatoria nacional. La novedad es que el “mapa de gobernadores” —más allá de la etiqueta partidaria— empezará a jugar tácticamente con un Congreso en el que el tercio oficialista se vuelve la bisagra de cualquier coalición eventual. Para la UCR y aliados provinciales, el dilema es de identidad y organización: cuánto “entrar” a sostener gobernabilidad a cambio de agenda propia y cuánto preservar capital electoral para 2027.
Sí, pero es un mandato de gestión, no de épica. El votante que en 2023 pidió “cambio a cualquier precio” hoy validó a quien, con luces y sombras, ordenó algunas variables y prometió continuidad del rumbo. El umbral simbólico de “un tercio propio” en Diputados —señalado por varios medios locales e internacionales— refuerza esa lectura: no hay cheque en blanco, hay un seguro contra la parálisis.
A partir de ahora, los próximos 100 días definen si la “rebelión de los nadie” se transforma en institucionalidad de los “alguien”: logros visibles, tolerancia cero a la corrupción y alcance federal. La agenda posible es conocida: capítulos de seguridad (narcocriminalidad, control de la inseguridad), un régimen sectorial para inversiones (energía, minería e infraestructura) con trazabilidad y anclaje local, y una simplificación tributaria operativa que no requiera quórums imposibles. Esa microarquitectura de acuerdos, con delegaciones acotadas y rendición pública, es la que rinde en un Congreso sin mayorías.
Para el oficialismo, el riesgo es confundir el envión con licencia para “ir por todo”. El capital político logrado ayer se erosiona rápido si la agenda se corre de probidad/seguridad hacia aventuras maximalistas o si la comunicación vuelve a hablarle solo al núcleo duro. Para la oposición, el desafío es pasar del “antioficialismo” a un perímetro programático con vocación de mayoría: hoy los nombres muestran ser menos relevantes que ideas claras y gobernadores en modo constructor.
Dos años después, se confirma la intuición: los “nadie” no son una identidad social fija sino un estado de ánimo político. No votan “contra algo” eternamente; votan “por algo” que perciben más nítido que las alternativas. Ayer validaron una ruta que —aún incierta— les resulta más creíble que la promesa de retorno a un pasado conocido. La responsabilidad de todo el sistema es convertir esa incertidumbre elegida en previsibilidad concreta: precios que no se disparen, seguridad que no se negocie, trámites que no humillen, oportunidades que no se queden en la puerta de cada provincia.
Leé también: Milei mejoró el escenario en el Congreso pero deberá pactar para ir a fondo
La política argentina vuelve a tener, paradójicamente, un mandato de modestia. No hay epopeyas disponibles, hay tareas. Si el Gobierno administra el tercio como palanca de acuerdos y la oposición compite por el centro con propuestas verificables, quizá la “rebelión de los nadie” se transforme por fin en una ciudadanía que deja de sentirse nadie.
(*) Lara Goyburu es directora Ejecutiva de Management & Fit.
Visitas: 0