Fecha de publicación: 8 de Agosto de 2025 a las 17:34:00 hs
Medio: INFOBAE
Categoría: GENERAL
Descripción: Rechazaron el matrimonio y el convento, crearon una forma inédita de vida comunitaria y espiritual en una Europa dominada por la Iglesia y los hombres. Se llamaban beguinas y desafiaron el orden establecido desde adentro
Contenido: “Nadie puede quemar la verdad”. Así resumió Matilde de Magdeburgo, una de las figuras más insignes del movimiento beguino, el espíritu resistente de aquellas mujeres que rehusaron las estructuras tradicionales en la Edad Media. Separadas de la vida matrimonial o monástica, reunieron fuerzas para crear una alternativa que desafió tanto la autoridad religiosa como las convenciones sociales. A través de la fundación de comunidades autónomas conocidas como beguinajes, estas mujeres no solo eludieron límites impuestos, sino que delinearon un espacio radical de pertenencia y libertad.
El movimiento de las beguinas surgió en el siglo XII en la región de Flandes, en el noroeste de Europa, en un contexto marcado por posibilidades restringidas para las mujeres cristianas. Según las normas del tiempo, solo quedaba la opción de ingresar a un convento y someterse a votos estrictos de obediencia, castidad y pobreza, o, en su defecto, el matrimonio, cediendo el control de sus vidas a la autoridad de un esposo. La alta mortalidad masculina, agravada por las guerras y las Cruzadas, dejó a muchas sin potenciales esposos, y otras, simplemente, rechazaron ambas salidas.
Frente a este escenario, las beguinas propusieron una tercera vía. Ofrecieron una alternativa a la vida religiosa tradicional: organización en comunidades autónomas, guiadas por reglas flexibles y sin votos perpetuos. De acuerdo con lo que detalló el historiador Mario Escobar al sitio ABC, esta estructura permitió a mujeres de orígenes diversos formar beguinajes: agrupaciones de casas individuales distribuidas alrededor de una iglesia y un recinto amurallado, situadas en entornos urbanos. Combinaron la espiritualidad con el trabajo asalariado dentro de la industria textil y en ámbitos como hospitales, asilos y servicios domésticos. Así lograron un grado de independencia económico y social inusual en su época.
La magnitud temprana del fenómeno se refleja en cifras aportadas por autoridades eclesiásticas. En 1321, el papa Juan XXII envió una misiva al obispo de Estrasburgo señalando que existían unas 200.000 beguinas solamente en Alemania Occidental. En el caso de Bruselas, hacia 1370, cerca de 1.300 mujeres conformaban estos grupos, lo que equivalía a más del 4% de los habitantes de la ciudad para ese entonces. Algunas investigaciones ubican el número máximo de beguinas en Europa cerca de un millón, aunque la falta de documentación absoluta dificulta las confirmaciones exactas.
Según precisó BBC, la diversidad de normas internas de estos beguinajes propició múltiples estilos de vida. Algunas beguinas optaban por la vida itinerante y solitaria, mientras otras preferían vivir en comunidades cercadas. No existía una administración central, ni tampoco obligaciones de votos permanentes. La castidad se valoraba dentro de la comunidad, pero podían abandonarla si decidían casarse. Contaban con la libertad de ingresar y salir de la ciudad, diferencia clave respecto a monjas y mujeres casadas. Estas condiciones favorecieron el surgimiento de una identidad colectiva basada en la autosuficiencia y la independencia institucional.
El trabajo y la vida piadosa de las beguinas impactó el tejido social medieval. Muchas obtuvieron el respeto de figuras prominentes. El abad alemán Cesario de Heisterbach elogió su compromiso espiritual con palabras como: “viven la vida eremítica entre las multitudes, espiritual entre lo mundano y virginal entre los que buscan placer. Cuanto mayor es su batalla, más grande es su gracia, y mayor corona les espera”. El predicador y eclesiástico Jacques de Vitry persiguió su reconocimiento formal por parte de la Iglesia, inspirado por su relación con Marie d’Oignies, a quien definió como “santa viviente” y modelo espiritual femenino. De Vitry llegó a sostener que mujeres como Marie podían salvar al cristianismo de la herejía.
El crecimiento y la autonomía de estas comunidades, sin embargo, despertaron recelo. La negativa a someterse al control eclesiástico y la vida comunitaria sin supervisión masculina alentaron sospechas de herejía y supuestas conductas inmorales. Los vínculos de algunas beguinas con frailes dominicos y franciscanos, junto con el misticismo femenino, alimentaron acusaciones, principalmente durante el siglo XIII. En respuesta, el papa Clemente V prohibió formalmente el movimiento. Muchas beguinas se vieron forzadas a integrarse a órdenes religiosas reconocidas o a disolver sus agrupaciones. Tras la orden de disolución, el movimiento entró en un proceso irreversible de declive, aunque algunas comunidades persistieron hasta el siglo XX.
El caso de Marguerite Porete simboliza el alcance de la amenaza que el movimiento significó para el orden medieval. Porete fue ejecutada en la hoguera en París, el 1 de junio de 1310. BBC detalló que la condena recayó sobre ella por redactar “El espejo de las almas simples”, un tratado místico acerca de la posibilidad de una relación directa con Dios sin mediadores clericales.
Su obra, escrita en picardo, fue leída públicamente por la autora en varias ocasiones y se convirtió en un texto de gran influencia. Este mensaje, que defendía la democratización de la fe y la ausencia de jerarquía eclesiástica, preocupó tanto a la Iglesia como al rey Felipe IV de Francia, ocupado en consolidar su papel de defensor de la ortodoxia católica.
El proceso judicial contra Porete incluyó un año y medio de interrogatorios y la evaluación de su tratado por 21 teólogos. Finalmente, la declararon hereje reincidente y la ejecutaron en la hoguera, junto con la destrucción de su libro. Tras este episodio, el Concilio de Vienne (1311-1312) condenó formalmente el movimiento beguino como herético.
No obstante la represión, algunas beguinas persistieron. La última de ellas, Marcella Pattijn, murió hace aproximadamente una década en Cortrique, Bélgica. La obra de Porete logró sobrevivir a la destrucción total: aunque el original se perdió, una copia en francés del siglo XV permitió su difusión y, en 1946, la historiadora Romana Guarnieri la redescubrió en la Biblioteca Vaticana y la publicó en 1962. Así restituyó el nombre de la autora a la historia intelectual.
La trayectoria de las beguinas ofrece una perspectiva única sobre la búsqueda de autonomía femenina en la Edad Media y deja una huella profunda que desafía los límites sociales, religiosos y culturales de su tiempo.
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